Mamá partió a su encuentro con el Padre de la Misericordia a quien tanto alabó y encomendó su vida. Fue durmiéndose dulcemente hasta despertar en la presencia del Padre en un cuerpo glorificado libre de enfermedad y dolor. Su mirada dulce y afán por bendecir le acompañaron durante toda su vida, pero durante las últimas semanas nos dio las mayores lecciones de vida al darnos tantas muestras de su espíritu de lucha, de su fe ante la adversidad y de aprovechar todas las oportunidades que la vida le diera para bendecir, adorar y sonreír.
Georgina nació en Ponce, Puerto Rico, sus padres fueron Tomasa Pinedo y Severo Lugo. Vivió la mayor parte de su vida en Ponce, aunque luego se estableció en Chicago por un tiempo con su hijo mayor Carlos. A su regreso volvió a radicarse en Ponce y tuvo su segunda hija Shimini. Mamá trabajó en una fábrica de zapatos la mayor parte de su adultez en Ponce hasta que en 1963 se mudó a San Juan cuando se casó con Cristóbal Báez, nuestro papá, con quién tuvo a sus hijas menores: Bethzaida y Lillian.
En San Juan estableció su hogar en Caparra Terrace, donde vivió casi toda su vida. En ese hogar, se dedicó a ser ama de casa y a nuestra crianza. En este hogar también cuidó a sus nietas menores. Fue feliz viendo crecer a la familia y bendiciendo con su amor. No había un NO para sus nietas y les hacia un desayuno diferente a cada una, según lo quisieran y con eso se convirtió en especialista de “omelettes” para ellas.
Dios nos bendijo con su vida y derramó sobre nosotros, su familia una luz especial llena de su entrega y de pensar en los demás. Tenía un corazón generoso, espíritu de valientes y conciencia de valor de la vida. Su dolor ante la partida de nuestro padre Cristóbal y nuestra hermana Shimmy lo volcó en una entrega total hacia el resto de sus hijos y nietos. Mamá decía que tenía que seguir adelante “porque tenía que cuidarnos a nosotros y a sus nietos.”
Nuestra mamá Georgina, nos enseñó a perseverar y ver el lado positivo de las cosas. Son tantas cosas las que le debemos y somos bendecidos por haber compartido con ella hasta que cumplió sus 94 años y recibir su bendición todos los días de nuestras vidas. Es admirable su espíritu de vida, su fé y como disfrutó y agradeció cada día de vida. Hoy estamos serenos y en paz amparados en la fé de un encuentro en la eternidad y agradecidos de que Dios nos haya dado el privilegio de que haya sido nuestra mamá.