

Nació el 24 de mayo de 1989 en Monclova, Coahuila, México, hijo de Juan Alejandro Barraza y Olga Alicia Hernández Ibarra, quienes desde siempre lo vieron como un hijo noble, trabajador y lleno de corazón.
Desde pequeño, Yaddua mostró una bondad natural que lo acompañaría toda su vida. Era de carácter tranquilo, de mirada sincera y de esas personas que, sin necesidad de muchas palabras, transmiten paz. Creció siendo un joven respetuoso, dedicado a su familia, y siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. Esa esencia jamás cambió.
Con el paso de los años, Yaddua se convirtió en un hombre responsable, protector y de grandes valores. Tenía manos fuertes, hechas para trabajar, pero al mismo tiempo manos suaves, hechas para amar. En cada cosa que hacía se veía su entrega y su deseo de sacar adelante a su familia.
Su mayor orgullo y su mayor motor fueron sus hijos Marcos, Dylan, Alan, Keidy, Jobany y Alexis. Para él, ellos lo eran todo. En cada uno encontraba una razón distinta para sonreír, un motivo para esforzarse y un sentimiento que le llenaba el alma. Pocas cosas lo hacían tan feliz como verlos correr, escuchar sus risas o simplemente tenerlos cerca. Amaba pasar las tardes con ellos, con el asador encendido, viendo partidos en su garaje, algo tan sencillo que para él significaba alegría y hogar.
Con su esposa Esbeide Espinoza, Yaddua fue un compañero dedicado, atento y profundamente enamorado. Era de esos hombres que demostraban su amor con detalles: con canciones dedicadas, con palabras dulces, con gestos sencillos pero llenos de significado. Juntos compartieron sueños, risas, luchas y momentos que quedarán grabados para siempre en su corazón.
Como hijo, Yaddua fue amoroso, presente y agradecido. Tenía un vínculo especial con sus padres y nunca perdía la oportunidad de recordarles cuánto los amaba. Su mamá era su punto de ternura, y él, sin importar lo ocupado que estuviera, encontraba el momento para hablarle, abrazarla o simplemente decirle que la quería. Para sus padres, fue un orgullo; para él, ellos fueron su guía y su raíz.
El fútbol y el béisbol no eran solo pasatiempos: eran parte de su identidad. Desde joven encontró en el deporte una alegría única, una manera de convivir, relajarse y conectar con sus hermanos y amigos. A través de estas pasiones, Yaddua creó amistades que lo acompañaron durante años. Quienes lo conocieron en la cancha o viendo un juego sabían que era un hombre alegre, entregado, competitivo pero siempre noble. Era querido, respetado y recordado con cariño por todos los que compartieron esos momentos con él.
Le sobreviven su amada esposa; sus hijos; y sus hermanos Tabu, Alexis, Karla, Alec y Atxel Barraza, quienes lo llevarán siempre en su memoria. También lo despiden familiares, amigos y una comunidad entera que lo apreciaba por su humildad, su risa y su gran corazón.
Yaddua “Aless” Barraza deja un vacío inmenso, pero también un legado de amor, nobleza y agradecimiento. Vivirá para siempre en cada historia que contamos de él, en cada risa que nos hizo soltar, en cada comida compartida, en cada canción que dedicó, y en cada abrazo que dio con sinceridad. Su luz seguirá alumbrando para siempre.
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