Eva de la Cruz

A daughter, a wife, a mother, a servant of God — forever cherished in our hearts.

Eva De La Cruz was born in Zacatecas, Mexico, in 1957 to Aurelio Morua (preceded in death) and Andrea Castañeda. She was the eldest of seven siblings: Adan, Ludis, Tico, Daniel, Hortencia, and Aurelio. Raised by her beloved grandmother, Guadalupe Venegas, Eva grew up in a home rich in hard work, faith, and the Apostolic truth.

In 1975, Eva married the love of her life, Reggie De La Cruz, in El Paso, Texas. They moved to Colorado where they raised three daughters: Barbara, Yvette, and Sarah, and welcomed a son, Isaiah, whom they lovingly returned to the Lord shortly after birth.

Eva was a hard-working woman who wore many hats—cook, server, house cleaner, newspaper and burrito delivery driver, tamale maker, and restaurant owner. No matter the task, her heart was always set on caring for her family and others.

During the busy years of raising her family, Eva felt a stirring in her spirit—a longing for the presence of God she knew as a child. Thanks to a persistent neighbor, Sister Florence, Eva finally said yes to an invitation to church. She walked through the doors of Landmark Tabernacle on Pennsylvania Avenue — and from that day forward, her life was never the same. Whether at Pennsylvania Avenue, Washington Street, or Sheridan Boulevard, Eva remained faithful to the house of God, always entering with joy—through the front doors, the back doors, or the kitchen entrance.

Eva rediscovered the doctrine, worship, and Spirit she once knew — and lived it with quiet strength. Though she never stood behind a pulpit, she preached powerful sermons through her faith, her open Bible, her kitchen table, and her servant’s heart. Whether hosting Bible studies, passing out invitations, cooking for fundraisers, or opening her home to pastors and evangelists, Eva gave of herself with joy — never seeking recognition, always seeking souls.

Her steady faith brought her siblings, their spouses, her mother, and finally her husband, Reggie, back to the Lord. She rejoiced when a sibling and spouse became pastors, seeing the legacy of truth and service continue in her family.

For over 30 years, Eva and Reggie faithfully served the Spanish-speaking saints in their English-speaking church — handing out radios, changing batteries, collecting them after every service — simple acts done with quiet love and unwavering devotion.

Eva is preceded in death by her father, Aurelio, and her beloved son, Isaiah. She leaves behind a legacy of love and faith in her husband, Reggie; her mother, Andrea; her siblings; her daughters, Barbara, Yvette, and Sarah; her sons-in-law; and her treasured grandchildren — Spiero, Chrisny, Avah, Piper, Norah, and Liena, her devoted caregiver, whom we know was heaven-sent and will forever be family.

Her life told the story of God’s grace and the power of restoration. She ran her race with endurance, fought the good fight, and finished well. We hold fast to the blessed hope of seeing her again in glory.

Obituary in Spanish:

🌹 En Memoria Amorosa de Eva De La Cruz

Una hija, esposa, madre y sierva de Dios — siempre amada y recordada en nuestros corazones.

Eva De La Cruz nació en Zacatecas, México, en 1957, hija de Aurelio Morua (quien le precedió en muerte) y Andrea Castañeda. Fue la mayor de siete hermanos: Adán, Ludis, Tico, Daniel, Hortencia y Aurelio. Criada por su querida abuelita, Guadalupe Venegas, Eva creció en un hogar lleno de trabajo duro, fe y la verdad Apostólica.

En 1975, Eva se casó con el amor de su vida, Reggie De La Cruz, en El Paso, Texas. Se mudaron a Colorado, donde criaron a tres hijas: Bárbara, Yvette y Sarah, y dieron la bienvenida a un hijo, Isaías, a quien amorosamente regresaron al Señor poco después de su nacimiento.

Eva fue una mujer trabajadora que desempeñó muchos roles — cocinera, mesera, ama de llaves, repartidora de periódicos y burritos, tamalera y dueña de restaurante. Sin importar el trabajo, su corazón siempre estuvo enfocado en cuidar de su familia y de los demás.

Durante los años ocupados criando a su familia, Eva sintió un llamado en su espíritu — un anhelo por la presencia de Dios que había conocido de niña. Gracias a una vecina persistente, la Hermana Florence, Eva finalmente aceptó una invitación para ir a la iglesia. Entró por las puertas de Landmark Tabernacle en Pennsylvania Avenue — y desde ese día, su vida nunca fue la misma. Ya fuera en Pennsylvania Avenue, Washington Street o Sheridan Boulevard, Eva permaneció fiel a la casa de Dios, siempre entrando con gozo — ya fuera por la puerta principal, la trasera o la entrada de la cocina.

Eva redescubrió la doctrina, la adoración y el Espíritu que una vez conoció — y lo vivió con una fuerza silenciosa. Aunque nunca se paró detrás de un púlpito, predicó poderosos mensajes a través de su fe, su Biblia abierta, su mesa de cocina y su corazón de sierva. Ya fuera dirigiendo estudios bíblicos, repartiendo invitaciones, cocinando para recaudar fondos o abriendo su hogar para pastores y evangelistas, Eva se entregaba con alegría — nunca buscando reconocimiento, siempre buscando almas.

Su fe firme trajo de regreso al Señor a sus hermanos, sus esposos, su madre y finalmente a su esposo, Reggie. Se regocijó cuando un hermano y su esposa se convirtieron en pastores, viendo así la continuación del legado de verdad y servicio en su familia.

Durante más de 30 años, Eva y Reggie sirvieron fielmente a los santos de habla hispana dentro de su iglesia de habla inglesa — repartiendo radios, cambiando baterías y recogiéndolos después de cada servicio — actos sencillos hechos con un amor silencioso y una devoción inquebrantable.

Eva fue precedida en muerte por su padre, Aurelio, y su amado hijo, Isaías. Deja un legado de amor y fe en su esposo, Reggie; su madre, Andrea; sus hermanos; sus hijas, Bárbara, Yvette y Sarah; sus yernos; y sus preciosos nietos — Spiero, Chrisny, Avah, Piper, Norah y Liena, su cuidadora devota, quien sabemos fue enviada del cielo y siempre será parte de la familia.

Su vida contó la historia de la gracia de Dios y el poder de la restauración. Corrió su carrera con perseverancia, peleó la buena batalla y terminó en victoria. Nos aferramos a la bendita esperanza de verla nuevamente en la gloria.