Rafael no solo fue un hombre de corazón noble y espíritu sereno, sino también un esposo devoto, padre ejemplar y abuelo amoroso. Su vida estuvo marcada por el amor incondicional hacia su familia, por su humildad, y por la fortaleza con la que siempre enfrentó los retos de la vida.
En un gesto que parece dictado por el destino —o quizá por el amor que trasciende el tiempo—, Rafael partió exactamente cinco años después del fallecimiento de su amada esposa, María, también un 19 de agosto. Hoy creemos que ese día ya no es solo de despedida, sino de reencuentro. Como si sus almas se hubieran prometido encontrarse nuevamente en la eternidad… en la misma fecha, en el mismo amor.
Nos consuela pensar que donde ella lo esperaba, él finalmente llegó. Y que ahora, donde ya no hay dolor ni tiempo, caminan de nuevo juntos, como lo hicieron toda la vida.
Descansa en paz, Rafael.
Y abracen juntos la eternidad, tú y María.